Hace unos días, celebrábamos la fiesta del Beato Juan de Fiésole (1395-1455), más conocido como Fray Angélico. Hoy nos asomamos, siquiera tímidamente, a ese servicio amoroso que con su pintura brindó a toda la humanidad.
Apenas sabemos balbucir unas palabras ante esa sensación armoniosa que sus pinturas nos producen. Entre alas de ángeles y silencio se va desarrollando la vida de este fraile dominico del Quattrocento italiano, en pleno Renacimiento, cuando la expresión de lo humano se vuelve estilo, presencia y centralidad.
Fray Angélico siendo, como lo era, Fraile Predicador, supo proclamar la Palabra en las fúlgidas aureolas de un milagro sin límites, en la ofrenda mística del gozo que nos liga a lo divino. En sus cuadros y en sus frescos experimentamos el color y la luminosidad, la profundidad y la simetría, la belleza que supera todo nuestro ser de creatura.
Destinado al gran convento dominicano de San Marcos de Florencia, Fray Angélico predica con sus pinceles, su talento y su oración contemplativa. Ahí pueden verse los frescos del claustro, de las celdas, los pasillos y la sala capitular.
Con Fray Angélico de Fiésole, nuestra Orden se siente orgullosa y puede presumir de uno de sus mejores hijos: aquél que se consagró a la misión de descubrirnos a Dios a través del camino de la Belleza.
San Juan Pablo II dijo de él: Justamente fue denominado con el título de Beato Angélico, por la belleza casi divina de sus pinturas y, en grado superlativo, por las representaciones de la Bienaventurada Virgen María.
Y es que sus Madonnas, entre ellas el retablo de la Anunciación que está en el Museo del Prado de Madrid, hicieron exclamar a otro artista, el gran Miguel Ángel: No pudo un hombre pintar estas figuras, sin haberlas visto antes en el cielo.
Patrono de todos los que se dedican a las artes plásticas, nuestro Fray Angélico es el primer artista que llegó a los altares. Porque en este humilde fraile dominico, el arte sacro toca las cimas de lo estético y lo sublime; desde ese marco escénico, la santidad y la cumbre del arte quedan eternizadas.
¿Quién de nosotros no se queda pasmado ante las figuras de los ángeles que pintó nuestro artista?, esos ángeles nos hacen soñar con el paraíso, con la hermosura del éxtasis que, casi sin darnos cuenta, nos va poseyendo ante la observación de una obra tan inefable, de esa luz dorada que traspasa todos sus cuadros. ¿Quién no se sobrecoge ante el Crucificado que chorrea sangre hasta las manos de Santo Domingo arrodillado a los pies del Árbol de la Cruz?.
El mundo pictórico de Fray Angélico hoy nos sigue interpelando por su armonía y el sereno y gozoso semblante que tienen casi todos los personajes que se dejan transformar por sus pinceles. En el silencio de los botes y colores, la vida bienaventurada sabe hallar el seguro rescoldo para nuestras tristezas.