viernes, 6 de octubre de 2017

Y queda el Rosario

 

Gozo, Dolor, Luz y Gloria, estos son los misterios que atravesamos en el viaje de nuestra vida. ¿Por qué no vivirlos junto a la Madre? En las alegrías, tribulaciones, angustias, en nuestras esperanzas y muertes interiores, en nuestras resurrecciones.
Colgado al cuello, llevado entre las manos, el Rosario es un círculo de protección. Sus cuentas parecen enlazar con nuestro cuerpo esa realidad última  y gloriosa por la que suspiramos.
Santo Rosal, Corona Espiritual, Salterio Mariano, Maná Escondido. Me sobrecoge saber que, a través del Rosario, la Madre de Dios ha sido invocada durante siglos y esta plegaria ha mantenido la fe. Qué respeto infunde pensar en tantos ancianos, tantos enfermos deshojando rosas y oraciones cuando parece que el tiempo, caprichosamente, se ha detenido.
Este es el poder del santo Nombre de María en el Rosario. María (que significa Señora), este Nombre que aprisiona y combate a Satanás. El Nombre que, unido al de Jesús (Dios salva), convierten el Rosario en una oración bíblica y cristocéntrica. Desde esa dulce monotonía, nos sentimos absorbidos por la plegaria que nos va transformando por la repetición de los Nombres sagrados de Jesús y María. Según Romano Guardini, rezar el Rosario requiere una paciencia amorosa, como la de quien se adentra en una realidad excelsa y no ceja hasta que la conoce de cerca y la convierte en su hogar. El Rosario es una oración de humildad.
Cuando se han acabado todos los discursos y cesan las grandes palabras,
 queda el Rosario.