viernes, 5 de abril de 2019

¿Morará Dios en nuestra tierra?

 
 
 
  No sé cuándo ha sido la última vez en que te has sentido sobrecogido por la belleza y el misterio de una iglesia o, tal vez, por la callada hermosura de una diminuta ermita de pueblo. Ciertamente, no se puede describir lo que uno siente.
Traigamos a la memoria la preciosa oración de Salomón mientras la nube llenaba la Casa de Yahvé: ¿En verdad morará Dios en esta tierra? Los cielos y los cielos de los cielos, no son capaces de contenerte. ¡Cuánto menos en este templo que yo te he edificado! Pero, a pesar de todo, Señor, ten tus ojos abiertos noche y día sobre este lugar cuando oremos aquí. (II Crón.6)
En nuestro mundo, el templo cristiano viene a ser como un pequeño destello de lo que será la ciudad definitiva, el santuario celestial de la gloria sempiterna. Peregrinamos al Templo que es Jesucristo, porque nuestro Dios habita en medio de nosotros con la plenitud de su divinidad. Como piedras vivas que somos, ya participamos en la construcción de este edificio sagrado que, en sus cuatro dimensiones, tiene forma de Cruz.
¿Habitará Dios en esta tierra nuestra, tan herida, socavada por la injusticia, lacerada de tristezas y lágrimas?
Desde que María acogiera la encarnación del Hijo de Dios en su seno, Jesucristo sigue siendo el Templo perfecto de Dios. Los Evangelios señalan que, cuando el Hijo murió en la Cruz, el velo del templo de Jerusalén se rasgó en dos mitades. Al resucitar, este Templo divino será reedificado en la noche del Exultet.