Monasterio Santa Catalina



“Cuando Jacob se levantó de madrugada, alzó la piedra como estela y derramó aceite por encima; hizo un voto al Señor: Realmente, este lugar es santo y yo no lo sabía”. (Génesis, 28)

Madre Mariana de San Juan, en el Libro de Becerro Antiguo, recogió los primeros datos sobre la historia fundacional del Monasterio.

El siglo XVI complutense se abre con la inauguración de la Universidad en 1508, y este hecho marcará la tónica del esplendor de los años sucesivos que dejarán en nuestra ciudad la impronta de la sabiduría y la santidad. Alcalá es señorío eclesiástico dependiente de los arzobispos de Toledo. En este tiempo se fundarán la mayor parte de los Monasterios, Conventos y Colegios de las distintas Órdenes religiosas; es el Alcalá renacentista del lustre cultural y religioso.

La historia de Alcalá de Henares no se entiende sin hacer referencia a los Mendoza. Un familia numerosa y la más fuerte de la nobleza complutense, que sobresalen en nuestro glorioso pasado, no solamente por sus títulos y extensas propiedades, sino también por las virtudes cristianas de las que a lo largo de los siglos hicieron gala.

Nuestra fundadora, Dª Juana de Mendoza y Zúñiga, cuando en una de las cláusulas de su testamento ordena que su enterramiento en el coro de las Monjas, no ha de ser nunca abierto para enterrar en él a otras personas, lo corrobora con esta frase lapidaria:

“Porque en vida y en muerte soy amiga de soledad”.

Estrechamente vinculada a la Orden de Predicadores, Juana de Mendoza vivió en celibato perpetuo como Terciaria Dominica.

“Mando que el día de mi muerte pongan mi cuerpo con el hábito de mi Padre Santo Domingo, por cuanto ha mucho tiempo que yo le traigo”.

Falleció en Alcalá el día 13 de noviembre de 1587, dejando patente su deseo:

“Ha sido y es mi intención de mi casa e hacienda, dotar un Monasterio de la Orden de mi padre Santo Domingo. Y quiero y es mi intención y devoción que se llame de Santa Catalina de Sena”.

Así pues, deja su casa y sus bienes en la Plaza de la Victoria y ordena que, para dar principio a esta fundación, vengan monjas de la comunidad de Santo Domingo el Real de Madrid, “por tenerlas yo por Casa de gran relixión y exemplo”. Además, dispone que habrían de ser Visitadores y Patronos de este futuro Monasterio de Santa Catalina, el sucesor de la Casa de su padre, el Rector del Colegio de Santo Tomás y el Prior del Convento de Dominicos de la Madre de Dios.
Una vez que Roma hubo autorizado la fundación, el Provincial Fray Juan de Villafranca, nombraba como fundadoras a tres monjas de Madrid: Sor Catalina Zapata (como Priora), Sor Catalina de Guevara (como Subpriora) y Sor Ana de Santo Domingo (Maestra de Novicias).

Al fin, llegó el día de la ansiada fundación, 18 de noviembre de 1598. En la solemne ceremonia de toma de posesión predicó  Fray Domingo de los Reyes, Prior del Convento de la Madre de Dios, y en esa ceremonia tomaron el hábito dos alcalaínas: Catalina de Zúñiga y María de San Jacinto, actuando como madrina la hermana del Marqués de Mondéjar. Así, ya tenemos a ocho monjas que forman la recién creada Comunidad de Santa Catalina.

La Madre Priora, Catalina Zapata, pidió por escrito el testimonio del notario Pedro Fernández, quien daba fe de cómo, “las dichas Priora y demás oficialas y monxas, entraron a fundar el dicho Monasterio en la dicha casa, y quedaron en el quieta y pacíficamente sin contradicción de persona alguna; y cerraron por dentro la puerta reglar de la dicha casa, quedando ellas en ella y tañeron una campañilla e hicieron otros actos de posesión”.

Pasados algunos años, la casa paterna de Dª Juan de Mendoza empezaba a quedarse pequeña para cobijar a una Comunidad que crecía en número de mujeres deseosas de consagrarse a Jesucristo. Y resultó que los Frailes Dominicos del Colegio de Santo Tomás de esta Villa, llevaban mucho tiempo deseando trasladarse a un edificio más cercano a la Universidad, donde los estudiantes pudieran asistir con más asiduidad a sus clases. El Rector, Fray Cipriano de Montoya, con los Consiliarios y Padres colegiales de Santo Tomás, llamados a campana tañida, se congregaron en capítulo para acordar vender a las Monjas de Santa Catalina su Colegio y casa anexas por el precio de 10.000 ducados.

Y llegó el tiempo de hacer realidad el traslado, eran los primeros días del frío diciembre de 1604. La Cronista dejó escrito que fue muy célebre ese día de la traslación al nuevo asentamiento. Dijo la misa D. Juan Bautista Neroni, abad de la iglesia Magistral y las Monjas,( nuestras queridas antepasadas de la primera generación) gozosas en su nuevo aposentamiento, cantaron el Te Deum. Una vez instaladas, “diéronse a preparar hábitos, porque había muchas jóvenes esperando el venturoso día de consagrarse a Jesús vistiendo el blanco cendal dominicano”. Corriendo el tiempo, una de ellas sería la Venerable María de la Paz.