Al mediar la noche su carrera, un silencio sereno lo envolvió todo.
Sólo desde la clave profunda del silencio podremos entender la fuerza de la Navidad. Es verdad que, muchas veces, el silencio nos produce vértigo, pero lo necesitamos para volver a ser nosotros mismos. Es un cruce de caminos que nos lleva a vernos en el centro de esa mirada nueva sobre Dios, sobre la historia, sobre la vida.
En el vacío del silencio nuestra alma clama por ser llenada hasta rebosar de lo sagrado, lo que más ansiamos es la unidad. Muchas de nuestras preguntas encuentran en el silencio su respuesta. Aún en medio de las vicisitudes de la vida, si perseveramos silenciosamente en la presencia del Señor, se nos otorga el don de la libertad a cambio de la entrega de nuestra nada.
El silencio nos diviniza para llevarnos a la profundidad de todo lo humano. Todo el que ansía vivir plenamente, busca el silencio para poder estar siempre delante del Verbo de Dios, porque Él se ha reservado para sí mismo el fondo del ser humano.