Aquella noche, mientras Santo Domingo oraba, fue arrebatado en espíritu y vio al Señor y a su santísima Madre, y le pareció a Domingo que nuestra Señora iba vestida con un precioso manto de color zafiro, su belleza era inefable.
Con triste corazón, Domingo miró a su alrededor, pues veía a religiosos de todas las Órdenes, pero ninguno de la suya. Y se cuenta que Domingo derramó copiosas lágrimas. Pese a su timidez, y sólo a ruegos de la Señora, accedió a acercarse a Jesucristo, quien le preguntó:
- Fray Domingo, ¿quieres ver a tu Orden?
Y él, tembloroso como un chiquillo, respondió:
- Claro que sí, mi Señor.
Y el Señor volvió a hablarle:
- Mira, Domingo, tu Orden la he encomendado a mi Madre.
La Beata Cecilia Cesarini lo narra así: Entonces, la Virgen María abrió el manto con el que se cubría y lo extendió en torno a Domingo, al cual le pareció tan grande, que podía dar cabida a toda la patria celestial, y bajo el manto vio una muchedumbre de hermanos y hermanas.
Desde aquella noche bendita, todos los dominicos y dominicas nos sentimos arropados y protegidos bajo el manto de la Madre Todopoderosa.