Y le dijo Jesús: Vete, satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y sólo a Él darás culto. Entonces, le dejó el diablo y se le acercaron los ángeles y le sirvieron.
Cuando Dios invade el alma comprendemos esta gran verdad, que no hay proporción entre la culpa y el don de su misericordia. Desculpabilizar a las personas es una ardua y bella tarea. Convertirnos en destructores de angustias, del sufrimiento que aflige al hombre, del desamparo que acecha la vida de tantos. Desnudez, orfandad en el alma, ¿estamos preparados para acoger esas lágrimas, para soportar el peso de todos los desastres interiores?
Bajo la Cruz del Señor la paz sobrevive a todas las tentaciones para garantizar los quilates de lo que vive dentro, porque nuestra carne siempre es probada en aquello que más nos duele, somos tentados en lo que más amamos.
A veces, lo más penoso es saber reconciliarnos con nosotros mismos cuando se ponen de manifiesto nuestras heridas interiores. Necesitamos muchas dosis de oración de sanación, que nos liberen, reconcilien y transformen. En los desiertos de nuestra vida no hay alternativas: O morimos de sed, soledad y tristeza, o renacemos para salir más fortalecidos de todas estas pruebas.
Por eso, el que no ha sido tentado, no puede estar entre los elegidos.