Sucedió en una noche del verano del año 64 de nuestra era. Roma estaba ardiendo mientras Nerón acusaba de ello a los cristianos. En la zona destruida por las llamas, el perverso emperador construyó después su nueva residencia, la llamada Domus Aurea, de gran extensión, con hermosos jardines, su propio bosque y hasta un lago artificial. Sus sucesores quisieron borrar la memoria de Nerón y, para ello, abrieron al público la zona verde y sobre el lago construyeron el Coliseo. Mucho más tarde, ya en la época del Renacimiento, se puso al descubierto la gigantesca obra del emperador: paredes revestidas del mejor y más lujoso mármol, con techos y cúpulas de oro, filigranas de marfil y cantidad de piedras preciosas.
En las Letanías Lauretanas se nos ofrecen 150 títulos para honrar a la Madre de Dios. Las Letanías del Rosario, no son sino alabanzas o piropos que regalamos a María. Entre estos elogios está el de Domus Aurea (Casa de Oro o Casa Dorada).
Como la Ciudad Santa de la que nos habla el Apocalipsis, María fue revestida con el oro puro de su hermosura sobrenatural. Domus - Templo, Ella es la Casa que ya estaba prevista desde antes de la creación para que el Hijo de Dios tomara carne humana.
María es Casa de Dios, Morada del Altísimo. María es el Palacio de Oro del gran Rey.
Ella, como excelsa cooperadora en la obra de la encarnación del Verbo, es fortaleza, refugio, cobijo, descanso y casa. La palabra Casa - Domus, es citada más de dos mil veces en la Biblia.
Construido por el rey Salomón alrededor del año 960 antes de Cristo, el Templo de Jerusalén representaba la magnificencia del culto. En su altar de oro se quemaba el incienso. María, con su contemplación, se ha convertido para todos en incienso perfumado. Como el Arca de la Alianza en el lugar del Santo de los Santos, la Madre se nos muestra como el Trono de la Gracia, lugar del encuentro, al que siempre podemos acudir confiadamente.