"El Pueblo que caminaba en tinieblas,
vio una Luz grande" (Isaías, 9)
El Adviento supone ese anhelo, eternamente inacabado, que produce lo amado.
Estos son días de expectativa, necesitamos permanecer despiertos porque es el tiempo de la esperanza cristiana.
Dos sentimientos anidan en nuestro corazón: la vigilancia ("tened las lámparas encendidas"), y el gozo de ponerse en camino. Y es que, no esperamos cualquier cosa, aguardamos al Señor de nuestras vidas, al Dios-con-nosotros.
Porque Él siempre está llegando,
de la manera más inesperada,
en el momento que jamás habríamos pensado.
Oración, fe encendida, paciencia y amor, porque quien ama sabe esperar. Como nos dice la Esposa del Cantar de los Cantares:
"De noche, en mi cama,
busco a quien yo más quiero.
Parece que estoy dormida,
pero mi corazón vela y aguarda a mi Amor"
A través de la Madre, el Señor nos dará una señal. Acompañemos en silencio a la Virgen María, sintámosla muy cerca de nosotros, porque Ella es la maestra de la Esperanza.
¡Ven, Señor Jesús!
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