Fray Bruno Cadoré, Maestro de la Orden
El pasado 21 de enero el Papa Francisco presidió la misa de clausura de la celebración del 8º Centenario de la fundación de nuestra Orden. La ceremonia tuvo lugar en la basílica de San Juan de Letrán de Roma donde, en la Edad Media, tenía su residencia el sumo pontífice.
Extraemos parte de la homilía pronunciada por el Papa Francisco a los dominicos:
"La Palabra de Dios nos presenta dos escenarios humanos opuestos: de una parte el carnaval de la curiosidad mundana; de la otra, la glorificación del Padre mediante las obras buenas. Y nuestra vida se mueve siempre entre estos dos escenarios. Y también Santo Domingo con sus primeros hermanos, ochocientos años atrás, se movía entre estos dos escenarios.(...)
La tendencia de la búsqueda de novedad propia del ser humano encuentra el ambiente ideal en la sociedad del aparentar, del consumo, en el cual muchas veces se reciclan cosas viejas, pero lo importante es hacerlas parecer como nuevas, atrayentes, seductoras. También la verdad es enmascarada. Nos movemos así en la llamada sociedad líquida, sin puntos fijos, desordenada, sin referencias sólidas y estables; en la cultura de lo efímero, del usa y tira.(...) En medio del carnaval de ayer y hoy, esta es la respuesta de Jesús y de la Iglesia: las buenas obras que podemos realizar gracias a Cristo y a su Espíritu Santo.
Se necesita que la sal no pierda el sabor y la luz no se esconda. ¡Cuidado que la sal pierda su sabor! ¡Atención a una Iglesia que pierde el sabor! ¡Cuidado que un sacerdote, un consagrado, una congregación que pierda su sabor!
Hoy nosotros damos gloria al Padre por la obra que Santo Domingo, lleno de la luz y de la sal de Cristo, ha realizado ochocientos años atrás; una obra al servicio del Evangelio, predicado con la palabra y con la vida".
Para nosotros, los dominicos y dominicas, este Año Jubilar ha sido un tiempo repleto de maravillosas esperanzas. Los hijos e hijas del Predicador de la Gracia hemos vuelto a los orígenes, a las fuentes de nuestra alegría, a los manantiales de nuestra consagración, a las entrañas que, en la Europa medieval, nos dieron a luz.
El nuestro es un camino de ocho siglos, el peregrinaje que purifica e ilusiona, que se expresa en la contemplación y en la predicación. Llevamos en el alma el peso de las emociones en el tiempo, evocamos las preguntas de nuestra historia y los silencios donde el alma parece romperse en mil pedazos.
Y todo aconteció y acontece, sabiendo que nada ocurre por casualidad, que cada rama del frondoso árbol de Domingo de Caleruega, supo y sabrá reencontrarse al hilo de la compasión y de la entrega. Porque Domingo nos sigue siendo más útil desde el cielo, él mismo nos lo dijo, con voz entrecortada, en su lecho de muerte aquel verano del año 1221. Han pasado ocho siglos, y le seguimos llamando: intercesor, magister, padre, trompeta del Evangelio y Luz de la Iglesia. Por eso tenemos un nombre: Dominicos, aquellos que pertenecen al Señor, los marcados en la frente con la estrella de la Verdad.
No sé si, por tanto cúmulo de historia, arrastramos la cotidianidad del pan escaso, pero yo prefiero soñar con los anchurosos horizontes de la esperanza que no acaba.
Este Año Jubilar ha sido un regalo del Espíritu Santo, de la Ruah Santa que alumbra todos nuestros amaneceres para el futuro.
Como le dijo Domingo a Fray Rodolfo de Faenza:
"Vete y reza, porque el Señor nos proveerá".
Por estos ocho siglos, por todo lo que hemos vivido y viviremos: ¡Gracias!
El nuestro es un camino de ocho siglos, el peregrinaje que purifica e ilusiona, que se expresa en la contemplación y en la predicación. Llevamos en el alma el peso de las emociones en el tiempo, evocamos las preguntas de nuestra historia y los silencios donde el alma parece romperse en mil pedazos.
Y todo aconteció y acontece, sabiendo que nada ocurre por casualidad, que cada rama del frondoso árbol de Domingo de Caleruega, supo y sabrá reencontrarse al hilo de la compasión y de la entrega. Porque Domingo nos sigue siendo más útil desde el cielo, él mismo nos lo dijo, con voz entrecortada, en su lecho de muerte aquel verano del año 1221. Han pasado ocho siglos, y le seguimos llamando: intercesor, magister, padre, trompeta del Evangelio y Luz de la Iglesia. Por eso tenemos un nombre: Dominicos, aquellos que pertenecen al Señor, los marcados en la frente con la estrella de la Verdad.
No sé si, por tanto cúmulo de historia, arrastramos la cotidianidad del pan escaso, pero yo prefiero soñar con los anchurosos horizontes de la esperanza que no acaba.
Este Año Jubilar ha sido un regalo del Espíritu Santo, de la Ruah Santa que alumbra todos nuestros amaneceres para el futuro.
Como le dijo Domingo a Fray Rodolfo de Faenza:
"Vete y reza, porque el Señor nos proveerá".
Por estos ocho siglos, por todo lo que hemos vivido y viviremos: ¡Gracias!