jueves, 20 de julio de 2017

Bienamada del Señor


Y notó que la piedra del sepulcro había sido removida. Aquella mañana de primavera María Magdalena se había adelantado a las demás mujeres. El cuerpo de su Amado no estaba allí, ella misma le había visto morir, ella conocía la noche y sus abismos. Ella, que ungió la carne del Mesías con un frasco de perfume exquisito, lloraba sin consuelo. Ella sollozaba, la que habría de ser la pregonera de la alegría pascual, la que llevaría, desde siglos,  el apelativo de Apóstol de los apóstoles. Como escribió el dominico Gil de Godoy: Las lágrimas de María Magdalena fueron Agua de Bautismo. Porque, en verdad, a ella le había sido otorgado el don de la purificación desde la Sangre que manaba del costado abierto del Redentor donde encontró su renacimiento como mujer y como discípula.
Y Él la llamó por su nombre: ¡María!. Y se echa a sus pies en acto de adoración, ¡oh, Rabbouni!. Pero el Resucitado le dice: No me toques, no te acerques a mi. Misteriosa respuesta que nos parece despiadada para un gran lamento en la ausencia. Ya no queda más que la fe desnuda. Ver a Dios, tocar la divinidad, todos soñamos con eso.
 
Los Evangelios canónicos son parcos a la hora de aportarnos datos sobre María Magdalena, lo común es asociarla a la imagen de una prostituta arrepentida y penitente. En el Evangelio apócrifo de Felipe se dice que Cristo la amaba más que a todos los discípulos y que solía besarla a menudo en la boca. Este gesto del Señor no tiene que sorprendernos, muy al contrario, nos remite a una intimidad profunda entre sus almas, a la entrega de la sabiduría y del logos, a la revelación de sus secretos.
 
La Bienamada del Señor, la Elegida, Mujer de Resurrección. Y yo no quisiera morirme sin que el Papa declarara un año dedicado a Santa María Magdalena.
 

lunes, 3 de julio de 2017

Los Ángeles del pecado

 


Los Ángeles del pecado (Les Anges du péché), es el título de una preciosa película del año 1943 del director católico francés, Robert Bresson.
El argumento gira entorno a la trayectoria vocacional de la hermana Anne-Marie quien, pese a la oposición de su madre, ingresa en un Convento de Dominicas cuya misión específica es la rehabilitación de las mujeres reclusas.
La Congregación dominicana de Betania había sido fundada por Fray Jean-Joseph Lataste, (1832-1869). Este fraile dominico (hoy beatificado), recibió la inspiración fundacional durante su estancia en el Convento de Saint- Maximin- la-Sainte- Baume (La Madeleine) donde, según  una antigua tradición, se encuentra la tumba de María Magdalena. En la cárcel de Cadillac, nuestro fraile predicó en 1866 un fervoroso retiro a las presidiarias, casi cuatrocientas mujeres nos dice la historia. Una vez puestas en libertad, fray Lataste les brindaría y facilitaría la oportunidad de consagrarse libremente a Jesucristo a través de la vida religiosa, este sería el germen de la futura Congregación de Betania.
 
Hace mucho tiempo me di cuenta de que Los Ángeles del Pecado es una pequeña joya cinematográfica. Gracias a la sensibilidad de Bresson, la esperanza de nuestro retorno a Dios, a pesar de las circunstancias de la vida, se nos vuelve anhelo imperioso en todo nuestro ser. Más allá de las apariencias, lo que antes ha sido juzgado como vergüenza, oprobio y miedo, ahora amanece como resurrección, esa es la visión cristiana de la vida.
La hermana Anne-Marie, por su empeño enamorado que sabe superar los obstáculos, se nos antoja como un ser admirable, como alguien venido de otro mundo. La escena en la que Thérése besa los pies de una hermana Anne- Marie recién fallecida, viene a representar un acto simbólico de adoración.
 
Por detalles como este, la película de Bresson nos conmueve. Nuestras heridas (las del cuerpo y las del alma) son, a pesar de lo contradictorio, las que nos curan y pueden sanarnos por dentro. Delicadeza, desposesión y redención, pueden ser algunas de las palabras que, a mi entender, definen lo que el director francés captó con su cámara, esos pequeños detalles que se nos escapan cuando sólo vivimos en la superficialidad. Este tipo de cine tiene otro nombre propio: la mística. Rehabilitadas por el amor, esas mujeres destrozadas encuentran su liberación en el sentido sobrenatural del sufrimiento. Y es que, como dejan entrever los personajes de este film, todos tenemos necesidad de que alguien nos desculpabilice.  Recomenzar y reencontrarse, porque todos, de una manera u otra, vivimos encadenados.
Es este un drama intimista, la embriaguez de recobrar la magia del cine en blanco y negro. Fijémonos en la pureza de los silencioslas miradas, la belleza ignota de un tragaluz que rebosa misterio. En fin, una película que merece la pena ser contemplada.