Pues Dios dirigirá sus Ángeles hacia ti, para que ellos te protejan en todos tus caminos. Ellos te levantarán con sus manos, para que así tu pie no tropiece ni se golpee contra las piedras.(Salmo 91)
Más de doscientas veces son citados los Ángeles en la Sagrada Escritura. Y es que, ellos saben preparar nuestro corazón para acoger el mensaje divino, ese anhelo con que llenamos nuestros vacíos.
Todos hemos tenido experiencia, aunque no lo sabemos expresar, pero los Ángeles están aquí. De repente, un detalle, un gesto que nos cambia la vida, pequeños regalos que sólo podremos percibir si somos capaces de reservar un tiempo para el silencio y la oración. Esa especie de intuición, también nos llega a través de los sueños. Somos visitados por nuestros Ángeles, luz, esperanza, protección, paz... todo saldrá bien.
Dios los ha puesto a nuestro servicio como Mensajeros y Protectores de la humanidad, amorosos Intercesores que están contemplando el rostro de la divinidad.
La mayoría de nosotros pensamos que el Tratado sobre los Ángeles es lo más esplendoroso que ha salido de la pluma de Santo Tomás de Aquino. Él señala que estas criaturas incorpóreas, son necesarias porque así lo requiere la perfección del universo.
Son nuestros guardianes, y los atisbamos en nuestra alma cuando suena una campanilla a lo lejos, porque cada persona tenemos un Ángel. A veces, más allá de nuestro sentido del espacio y del tiempo, parecen tomar forma humana y luego, apenas un breve suspiro, desaparecen de nuestra vista, pero nos dejan llenos de un gozo inexplicable.
En los momentos claves de la vida, aquí están, y notamos un íntimo y poderoso secreto semejante a unas gotas de rocío. Aquí están, llamándonos por nuestro propio nombre, igual que nosotros conocemos el suyo. Hace muchos años que yo puse nombre a mi Ángel, y siento que le gusta mucho su nombre.