Al llegar al portal, los Magos encontraron al Niño Jesús en brazos de su Madre. Dios quiso que la manifestación de su Unigénito ocurriera en el dulce regazo de Aquella que nos enseña el arte de contemplar las cosas divinas.
Ella, la Madre, es la Aurora del Sol que no conoce el ocaso, la Alborada cuya gracia tiene dos nombres: Obediencia y Silencio. Ella es la Stella maris que siempre brilla y reluce en nuestra alma que navega entre las galernas del mundo.
Ella nos inspira la confianza para acercarnos a ese Niño Dios que, entre sus brazos, está puesto como Salvador de todo el género humano. Ella es la Corredentora cuya intercesión invocamos, señal de esperanza segura y camino de consolación.
En brazos de su Madre proclamamos a Jesús como Rey y adoramos su majestad y poder. En brazos de su Madre le confesamos como Redentor.
Siempre que busquemos a Jesús le encontraremos en brazos de su Madre.
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