Cada día salimos a la vida para recomenzar, subiendo la cuesta, tal vez, inevitable como la gran prueba de nuestra fragilidad. Es el camino de lo cotidiano, la cuesta arriba, desafiante ante nuestra pequeñez.
Muchas veces nos encontramos al borde del abismo, son nuestras frustraciones, nuestros desencantos, miedos y cobardías, cuando ya no se puede más. Las zozobras interiores son esas piedras que nos hacen tropezar y que también forman parte del camino.
Y, de repente, aparece lo inesperado, la sorpresa que nos anima a seguir caminando la existencia: por aquellos a quienes amamos volveremos a empezar.
La condición humana, el destino, la aventura de la vida es así. Pero seguir, seguir siempre y, a pesar de todo, conservar la ilusión frente a un cielo sin límites.
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