Muy a menudo, esta memoria del alma que, tan inesperadamente aflora en nuestro interior, nos va adentrando en el mar de la vida que echamos de menos. Y nos sentimos como fuera de tiempo. Y añoramos el pasado, las infancias y dulces amaneceres, los paisajes de amapolas entre espigas.
Por las rendijas de la madurez se nos cuelan melancolías de jardines tempraneros, perfumados rosales y sándalo recién cortado.
Los recuerdos y su misterio. Difusamente vamos descubriendo que, aún siendo tan nuestros, hemos ido perdiendo por el camino los abrazos, los besos, las canciones, las dulces inquietudes que supieron cuajar de embeleso nuestra niñez.
Es cruel la memoria del alma cuando sólo nos conformamos con el peso de los pensamientos rotos.
Pero, menos mal que, en cada dolor metido en vena, en cada desconsuelo inoportuno, seguimos luchando por la felicidad.
P.D. Muchas gracias, María, por compartir esta foto que tanto me gusta.
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