Estamos celebrando el IV Centenario de la muerte de la Patrona de América, la primera santa del Nuevo Mundo.
Rosa no fue una mujer superficial, su oración se sustentaba en la fe con una purificación que nunca acaba y, en la esperanza, como el ancla del amor representado en su propia iconografía. Si el Señor había dicho que estaría con nosotros hasta el final de los tiempos, también es verdad que Santa Rosa sigue orando por nuestra Orden con gemidos inefables. Ella, a quien le fue otorgada la sabiduría y la hondura de los misterios divinos, experimentó en sí misma cómo se sentía habitada por dentro. En el hoy, continúa siendo para nosotros Rosa suplicante, Rosa oblativa, Rosa mística que, en el carisma de Santo Domingo, sabe mostrarnos el secreto para volver a nuestras raíces y al horizonte de los nuevos caminos. La luz de Dios nos sigue llegando a través de su escondida plegaria en la ermitilla del huerto.
Rosa oraba con gratitud y alabanzas. Cuando nos acercamos a la sacralidad, ya sabemos que es Dios quien toma la iniciativa, cuando quiere, dónde y como Él desea. Así sucedió en la vida de Rosa, el Dios santo y santificador le salía al encuentro para establecer en ella su más amable morada.
Para nuestra Rosa, era tan valiosa la oración, que pudiera asemejarse a la carroza que se hizo fabricar el rey Salomón, hecha con maderas de cedro, con apoyaturas de plata y oro, resplandeciente en su descanso, de púrpura eran y siguen siendo las plegarias de Rosa. Y en el centro, como en la carroza regia, una palabra tiene incrustada: Amor..
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