Día 23 de agosto del año 1617, y ya era de noche. El padre Lorenzana se despide de Rosa, prometiéndole que habría de regresar a la mañana siguiente, pero el fraile escucha de la moribunda estas palabras: Padre mío, esta noche, cuando comience la fiesta de San Bartolomé, he de partir para celebrar eternas fiestas en el cielo.
Esta es la orfandad que va desgarrando la vida que aquí dejamos sembrada en el surco de nuestros anhelos. ¿Quién me dará el último beso?
Recién comenzado el día de San Bartolomé de 1617, Rosa se nos marchó, dulce y transparente, infinita y oculta. ¡Jesús sea conmigo, Jesús sea conmigo! Tenía 31 años y una vida por delante.
Y quedó hermosa, con los ojos abiertos y claros, como cuando estaba viva. Quedó sonriente, no parecía muerta, con la vida galopando aún en sus venas.
Rosa bella, ataviada con la blanca riqueza de la libertad. Ya no existen las cadenas, ni quiebra tu noble amor el peso de los caminos; cerrada ya la flor, ¡ cómo me dueles, oh vida!
La Rosa, ya desnuda de espinas y tormentos, ha sido cortada por el Divino Jardinero. Sus ojos abiertos brillaban como dos luminarias, es como si dijera: - Estoy viva. Como si no quisiera apartar la vista de los que amaba y sigue amando a pesar del correr de los siglos. Un color vivo tenía su rostro y los labios teñidos de carmesí. Ella volverá con el alba.
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