Nada más inútil que la oración y, desde esa inutilidad, la amamos con deleite. En esta búsqueda incesante nos han preguntado muchas veces el porqué y el para qué rezar si (aparentemente) no sirve de nada.
Pero orar también significa vadear momentos de gran dolor y soledad, un permanente morir y renacer en el desgarro de los afectos humanos como señala el profeta Oseas. Si queremos que nuestra oración sea transformante, tendremos que estar dispuestos a esas formas de muerte.
¿Tenemos necesidad de orar? La palabra clave se llama deseo: desear a Dios con todo nuestro ser, sólo entonces la oración se nos hará imprescindible. Entregarse y confiar, la mística esponsal que se va construyendo en el alma transportada por encima de sí misma.
Incluso desde el propio pecado, nuestra oración sostiene a la humanidad entera.
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