Tenemos tanta sed de eternidad como la mujer samaritana del Evangelio. Incluso nuestras propias faltas redundan en nuestro beneficio; alguien dijo que, con nuestros errores, Dios se hace un ramillete de hermosas florecillas.
Acudimos al manantial de Jacob fatigados del camino de la vida, y es que llegamos con el corazón herido, la herida humana y la herida resplandeciente que ha abierto el amor divino llegando a tocar nuestro mismo centro.
Al brocal del pozo del Agua Viva acudimos con la sed agónica de nuestras tristezas y miedos, de nuestras decepciones y culpas y necesitamos, desesperadamente, la intimidad y el amor que nunca se agoten.
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